miércoles, 2 de diciembre de 2015

La gran fuga de Ken Allen: El ejemplo del fugitivo que todos llevamos dentro


No sabemos por qué pero las huidas son siempre atrayentes. Solo hay que ver en periodos de puentes y vacaciones en general, con esas escapadas masivas de aquellos que toman las de Villadiego, que con rumbo o sin él se van “a cualquier otra parte”. Y es que quizás ese afán de fugarse sea una necesidad vital bajo el sentir preso  tras los barrotes de lo cotidiano. No es extraño que alguno crea que la forma de cambiarlo sea la de mirarse al espejo y verse como una suerte de Steve Mcqueen a la carrera, a lomos de la moto de turno, cruzando la carretera como si fuesen los Alpes y con los alemanes pisando los talones, o simplemente de caminatas a lo “Doctor Kimble”.

¿Quién no ha visto “La gran evasión”? ¿”Evasión o victoria”? ¿”Evasión en la granja”? y es que si somos sinceros, al final todo se resume en eso: evadirse. Desde “Prison break”, pasando por “Alcatraz” o las fugas de Don Eleuterio Sánchez (más conocido como el Lute y que dieron para hacer dos películas “Camina o revienta” y “Mañana seré libre”) son muchos los momentos en que el séptimo arte ha tocado el tema con mayor o menor acierto. Realidad o ficción, aunque algunas sean comedias, no olvidemos que tras la fuga se encuentra el drama del ser encerrado que ansía la libertad.

En esta ocasión quiero hablar de un escapista célebre, desconocido para el público general. Ken Allen es el nombre de nuestro protagonista, un simpático pelirrojo, nacido preso en San Diego (EEUU) en 1971. Preso como sus padres, nativos originarios de Borneo conocidos como “gentes de la selva” que llegaron al país, náufragos de un éxodo generalizado que sufre su grupo desde hace décadas huyendo de la destrucción de su entorno. Y por ello sus ahora descendientes también son presos y todo por un crimen que nunca cometieron.

Desde pequeño Kenny (como era llamado cariñosamente) bajo sus mechones rojizos mostró un carácter amigable y pacifista, así como bastante inteligencia, que demostró con su capacidad para evadirse (llegó a fugarse en tres ocasiones del lugar en que se encontraba cautivo) hecho que le hizo ser conocido como el “Houdini peludo”, llegando a contar con un numeroso club de fans e incluso llegando a inspirar una canción titulada “La balada de Ken Allen”.

Alguno a estas alturas del relato estará pensando ¿Cómo un represaliado étnico, que ha vivido preso desde su nacimiento, ha protagonizado tres fugas, tenía un club de fans, dio origen a una canción y yo no he oído hablar de él? y lo que es peor ¿Cómo es que no hay una película de su vida? Pues sencillamente querido lector la razón es que porque Ken Allen no estaba ni en el célebre “Stalag Luft III” ni en la penitenciaría Estatal Fox River, sino en el zoo de San Diego. Y bueno, porque Ken Allen, pese a tener ese nombre y compartir el 97% de ADN de cualquiera de ustedes, era un simpático pongo (un orangután vamos) que gozó de una fama similar a la que tuvo nuestro gorila “copito de nieve” en España.

En los años ochenta, en concreto en 1985, cuando tenía 15 años de edad y quizás influenciado tras el visionado de la mítica “Acorralado” de Sylvester Stallone (estrenada el año antes) se hizo famoso al protagonizar tres fugas (13 de Junio, 29 de Julio y 13 de Agosto respectivamente). Como indicaron sus cuidadores, nunca se mostró violento y durante sus escapadas solo se dedicó a pasear tranquilamente por el parque, viendo al resto de animales y sin importarle el ser reconducido a su recinto de nuevo tras la fuga de turno. Pese a todo, intrigados y preocupados por tanto ir y venir de Ken, empezaron a esforzarse por descubrir cómo se la ingeniaba para salir del recinto haciendo turnos “como simples turistas” y finalmente contratando expertos en escalada para eliminar cualquier posible punto de agarre que pudiese haber en las paredes (se descubrió que era un soporte para manguera lo que le permitía conseguir el impulso suficiente para salir).

El personal del zoo se dio cuenta que Ken disfrutaba de aquellas huidas por el propio desafío que suponía el realizarlas. Como indicó el psiquiatra Dennis Gersten “lo irónico de todo esto es que en realidad no quiere irse. Escapa, pero realmente no va a ninguna parte”. Pese a su talante pacífico, alarmados por tanta salida, decidieron introducir a cuatro hembras en su recinto a fin de calmar los impulsos del peludo escapista (y parece que funcionó) aunque posteriormente otros “compañeros de celda”, llamados Kumang y Jane (así se llamaban) siguieron sus andanzas.

Lo cierto es que este arte escapista no es exclusivo de los orangutanes (pese a que sin ir más lejos, este año hubo otra fuga en el zoo de Melbourne) pues todos hemos visto u oído de fugas de toda clase de animales, aunque si nos centramos en los grandes simios, tanto gorilas como chimpancés (sin hablar de los bonobos) han protagonizado sus propias aventuras. De entre los gorilas quizás la más famosa sea una hembra llamada Evelyn, del zoo  de Los Ángeles (EEUU) que logró salir del recinto en al menos cuatro ocasiones. Pero si hablamos de espectacularidad, ese mérito de los llevan los chimpancés. Por ejemplo en el zoo de Hanover en 2012 escaparon cinco ejemplares tras fabricar una escalera con ramas de árboles (aunque cuatro de ellos regresaron voluntariamente, quizás desilusionados de ver lo que había al otro lado era bastante menos interesante que lo que conocían). El caso con más repercusión fue en 2009 en el zoo de Chester (Reino Unido) cuando se escaparon 30 chimpancés al unísono, obligando a evacuar el zoo.

Y aquí terminaría este recopilatorio de anécdotas escapistas sino fuera por el hecho de que se prevé que en unos veinte años los orangutanes estarán extintos en estado salvaje a causa de la deforestación y las plantaciones de aceite de palma. No parecen correr mejor suerte los chimpancés (estimaciones los sitúan en torno a los 250.000 ejemplares) bonobos (50.000 ejemplares) y gorilas (sumando todas las subespecies serían unos 120.000 ejemplares).

El futuro del orangután es cuanto menos incierto, con una población que se ha visto reducida a la mitad en los últimos cuarenta años (en la actualidad, sumando la variante de Sumatra y de Borneo, se estima que hay unos 62.100 ejemplares) parece que los que sobrevivan serán condenados a otra nueva vida entre rejas.

Ken Allen murió en el año 2000 (entre las mismas paredes que le vieron nacer) con  29 años y tras haber estado luchando contra el cáncer, pero su espíritu escapista aún vive. Fue el ejemplo de esa necesidad que todos llevamos dentro de escapar, aunque sea por unos momentos. De la rebeldía orientada a marchar con nuestras ilusiones y sueños a “cualquier otra parte”. El sueño de la libertad.

D.E.P. Ken


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