No sabemos por qué pero las
huidas son siempre atrayentes. Solo hay que ver en periodos de puentes y
vacaciones en general, con esas escapadas masivas de aquellos que toman las de
Villadiego, que con rumbo o sin él se van “a cualquier otra parte”. Y es que
quizás ese afán de fugarse sea una necesidad vital bajo el sentir preso tras los barrotes de lo cotidiano. No es
extraño que alguno crea que la forma de cambiarlo sea la de mirarse al espejo y
verse como una suerte de Steve Mcqueen a la carrera, a lomos de la moto de
turno, cruzando la carretera como si fuesen los Alpes y con los alemanes pisando
los talones, o simplemente de caminatas a lo “Doctor Kimble”.
¿Quién no ha visto “La gran
evasión”? ¿”Evasión o victoria”? ¿”Evasión en la granja”? y es que si somos
sinceros, al final todo se resume en eso: evadirse. Desde “Prison break”,
pasando por “Alcatraz” o las fugas de Don Eleuterio Sánchez (más conocido como
el Lute y que dieron para hacer dos películas “Camina o revienta” y “Mañana
seré libre”) son muchos los momentos en que el séptimo arte ha tocado el tema
con mayor o menor acierto. Realidad o ficción, aunque algunas sean comedias, no
olvidemos que tras la fuga se encuentra el drama del ser encerrado que ansía la
libertad.
En esta ocasión quiero hablar de
un escapista célebre, desconocido para el público general. Ken Allen es el nombre
de nuestro protagonista, un simpático pelirrojo, nacido preso en San Diego
(EEUU) en 1971. Preso como sus padres, nativos originarios de Borneo conocidos
como “gentes de la selva” que llegaron al país, náufragos de un éxodo
generalizado que sufre su grupo desde hace décadas huyendo de la destrucción de
su entorno. Y por ello sus ahora descendientes también son presos y todo por un
crimen que nunca cometieron.
Desde pequeño Kenny (como era
llamado cariñosamente) bajo sus mechones rojizos mostró un carácter amigable y
pacifista, así como bastante inteligencia, que demostró con su capacidad para
evadirse (llegó a fugarse en tres ocasiones del lugar en que se encontraba
cautivo) hecho que le hizo ser conocido como el “Houdini peludo”, llegando a
contar con un numeroso club de fans e incluso llegando a inspirar una canción
titulada “La balada de Ken Allen”.
Alguno a estas alturas del relato
estará pensando ¿Cómo un represaliado étnico, que ha vivido preso desde su
nacimiento, ha protagonizado tres fugas, tenía un club de fans, dio origen a
una canción y yo no he oído hablar de él? y lo que es peor ¿Cómo es que no hay
una película de su vida? Pues sencillamente querido lector la razón es que
porque Ken Allen no estaba ni en el célebre “Stalag Luft III” ni en la penitenciaría
Estatal Fox River, sino en el zoo de San Diego. Y bueno, porque Ken Allen, pese
a tener ese nombre y compartir el 97% de ADN de cualquiera de ustedes, era un simpático
pongo (un orangután vamos) que gozó de una fama similar a la que tuvo nuestro gorila
“copito de nieve” en España.
En los años ochenta, en concreto
en 1985, cuando tenía 15 años de edad y quizás influenciado tras el visionado
de la mítica “Acorralado” de Sylvester Stallone (estrenada el año antes) se
hizo famoso al protagonizar tres fugas (13 de Junio, 29 de Julio y 13 de Agosto
respectivamente). Como indicaron sus cuidadores, nunca se mostró violento y
durante sus escapadas solo se dedicó a pasear tranquilamente por el parque, viendo
al resto de animales y sin importarle el ser reconducido a su recinto de nuevo
tras la fuga de turno. Pese a todo, intrigados y preocupados por tanto ir y
venir de Ken, empezaron a esforzarse por descubrir cómo se la ingeniaba para
salir del recinto haciendo turnos “como simples turistas” y finalmente contratando
expertos en escalada para eliminar cualquier posible punto de agarre que
pudiese haber en las paredes (se descubrió que era un soporte para manguera lo
que le permitía conseguir el impulso suficiente para salir).
El personal del zoo se dio cuenta
que Ken disfrutaba de aquellas huidas por el propio desafío que suponía el
realizarlas. Como indicó el psiquiatra Dennis Gersten “lo irónico de todo esto es que en realidad no quiere irse. Escapa,
pero realmente no va a ninguna parte”. Pese a su talante pacífico,
alarmados por tanta salida, decidieron introducir a cuatro hembras en su
recinto a fin de calmar los impulsos del peludo escapista (y parece que
funcionó) aunque posteriormente otros “compañeros de celda”, llamados Kumang y
Jane (así se llamaban) siguieron sus andanzas.
Lo cierto es que este arte
escapista no es exclusivo de los orangutanes (pese a que sin ir más lejos, este
año hubo otra fuga en el zoo de Melbourne) pues todos hemos visto u oído de
fugas de toda clase de animales, aunque si nos centramos en los grandes simios,
tanto gorilas como chimpancés (sin hablar de los bonobos) han protagonizado sus
propias aventuras. De entre los gorilas quizás la más famosa sea una hembra
llamada Evelyn, del zoo de Los Ángeles
(EEUU) que logró salir del recinto en al menos cuatro ocasiones. Pero si
hablamos de espectacularidad, ese mérito de los llevan los chimpancés. Por
ejemplo en el zoo de Hanover en 2012 escaparon cinco ejemplares tras fabricar
una escalera con ramas de árboles (aunque cuatro de ellos regresaron
voluntariamente, quizás desilusionados de ver lo que había al otro lado era
bastante menos interesante que lo que conocían). El caso con más repercusión
fue en 2009 en el zoo de Chester (Reino Unido) cuando se escaparon 30
chimpancés al unísono, obligando a evacuar el zoo.
Y aquí terminaría este
recopilatorio de anécdotas escapistas sino fuera por el hecho de que se prevé
que en unos veinte años los orangutanes estarán extintos en estado salvaje a
causa de la deforestación y las plantaciones de aceite de palma. No parecen
correr mejor suerte los chimpancés (estimaciones los sitúan en torno a los
250.000 ejemplares) bonobos (50.000 ejemplares) y gorilas (sumando todas las
subespecies serían unos 120.000 ejemplares).
El futuro del orangután es cuanto
menos incierto, con una población que se ha visto reducida a la mitad en los
últimos cuarenta años (en la actualidad, sumando la variante de Sumatra y de
Borneo, se estima que hay unos 62.100 ejemplares) parece que los que sobrevivan
serán condenados a otra nueva vida entre rejas.
Ken Allen murió en el año 2000
(entre las mismas paredes que le vieron nacer) con 29 años y tras haber estado luchando contra el
cáncer, pero su espíritu escapista aún vive. Fue el ejemplo de esa necesidad
que todos llevamos dentro de escapar, aunque sea por unos momentos. De la
rebeldía orientada a marchar con nuestras ilusiones y sueños a “cualquier otra
parte”. El sueño de la libertad.
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